El presente trabajo es una reflexión a partir de la realidad de la ministerialidad en México, no pretende ser un tratado teológico, tampoco pretende decir alguna “novedad” cuando la Iglesia ya ha dicho mucho, sino aportar elementos a una reflexión pastoral que contribuya a una transformación de la ministerialidad laical para que ésta responda de manera eficaz a las necesidades de nuestros tiempos como signo del amor de Cristo a su pueblo.
Existe una diversidad de servicios ejercidos por los laicos en la iglesia (cfr. 1 Co 12, 5), sin embargo la concepción más común al hablar de “Ministerios Laicales” como Dimensión de la pastoral de las Iglesias particulares nos remite a la idea preconcebida de que hablamos de aquellos ministerios que son reconocidos o instituidos por los Obispos Diocesanos o a quien ellos hayan delegado dicha institución (cfr. Orientaciones de los Ministerios Laicales, Cap. IX), entre los más comunes están el Lectorado, Acolitado provenientes de la época preconciliar y el Ministro Extraordinario de la Sagrada Comunión, el Catequista, el Ministro de la Palabra y en algunas Diócesis el de la Caridad, todos estos adaptados en un ambiente postconciliar. Estos ministerios siempre han estado ligados y conceptualizados en torno al culto, es decir a una praxis más litúrgica y/o catequética, si bien es cierto que una parte del servicio se desarrolla en estas dimensiones de la pastoral debemos recordar que, la iglesia instituyó ya desde tiempos antiquísimos algunos ministerios para dar debidamente a Dios el culto sagrado y para el servicio del Pueblo de Dios, según sus necesidades; con ellos se encomendaba a los fieles, para que las ejercieran, funciones litúrgico-religiosas y de caridad, en conformidad con las diversas circunstancias (Ministeria Quaedam). Reflexión obligada En la reflexión de lo que nos menciona el Papa Pablo VI, de feliz memoria, podemos encontrar las siguientes pautas para una comprensión de los ministerios laicales en la dimensión social y pastoral de la Iglesia:
Desafío que converge con las tentaciones propias del laico. Este gran desafío converge con las tentaciones que los laicos viven: La tentación de reservar un interés tan marcado por los servicios y las tareas eclesiales, de tal modo que frecuentemente se ha llegado a una práctica de dejación de sus responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas (CL 2). Esto exige un cambio en la forma de conceptualizar el servicio que los laicos brindan al interior de la Iglesia para que éstos cumplan con las funciones propias de su deber primordial: “Buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios”. La tarea primaria de todo laico es atender éstas realidades, la familia como núcleo central de la sociedad y a veces las familias se ven lastimadas por la excesiva participación en el servicio intraeclesial de los laicos, así mismo es necesario que los ministros laicos atiendan en sus mismas actividades pastorales a los más necesitados dentro de sus comunidades y en las periferias de las mismas (EG 20). Al adaptar una concepción social de la ministerialidad laical de ninguna manera se resta importancia a la liturgia o a la función catequética, sino por el contrario, hace más palpable el mandamiento de infinita caridad que nos da el Evangelio y del cual participamos por medio del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, no es una lucha entre dimensiones pastorales, no es una marcada diferencia entre prácticas ya establecidas, se trata de la realización plena de las dimensiones de la persona humana que ejerce tales servicios en función al bien común y a la plenitud del servicio a Dios por medio de su pueblo a esto la CEM le denomina “Inteligencia cristiana del ministerio pastoral o inteligencia espiritual de la misión” (PGP 16) Hacia una ministerialidad misionera Independiente y en respeto a los planes Diocesanos de pastoral la CEM hace eco de la invitación del Papa Francisco a establecer procesos y en este caso Diocesanos de renovación que generen una pastoral integral, de comunión y misionera (PGP 78), por tanto debemos ser propositivos quienes integramos los equipos diocesanos de ministerios laicales para que se pueda llevar a cabo una transformación hacia un ejercicio integral de los ministerios. La responsabilidad social no es privativa de un grupo o de una dimensión pastoral, sino que es compartida y debe ser atendida por todos los miembros de la Iglesia desde su propio encargo, tampoco es posible hablar de la caridad separada del ministerio, ni estos a su vez de la persona que los ejerce, sino que es una concepción integral de la persona que ejerce un ministerio. Para lograr esto la formación de los ministros debe enriquecerse en una comprensión integral de la persona humana, en la Doctrina Social de la Iglesia y en los fundamentos de la nueva Evangelización impulsada por el Papa, la CEM y el CELAM, por medio de la lectura de los documentos que la rigen. También es necesario el acompañamiento efectivo de los sacerdotes, es importante que conozcan los desafíos a los cuales se enfrentan los ministros y que permitan la realización de iniciativas que pongan en marcha la misión y la salida de los ministros, que se realicen actividades en favor de las comunidades y que no se quede solo en documentos y en el discurso de sinodalidad, sino que se convierta en una realidad. Dios y Santa María de Guadalupe nos ayude a obtener del Espíritu Santo el don de sabiduría para que la ministerialidad laical pueda dar frutos de santidad tan necesarios en nuestra iglesia y que seamos instrumentos de una nueva Evangelización en nuestras iglesias particulares, para que realmente el servicio sea expresado como el fruto del Amor de Dios a su pueblo.
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Abril 2020
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